El pastizal fué escenario,
testigo el atardecer.
Por culpa de una mujer
que jugó con dos amores
se encendieron los fervores
de dos aceros trenzados
que a filo y punta tantearon
la fuerza de sus razones.
Eran nobles corazones
heridos por la traición
y a ley de facón
a muerte se condenaron.
Y allá tendidos quedaron
sobre el pastizal silente.
Ninguno tuvo más suerte,
pues los dos se ensangrentaron.
Ése tributo pagaron
por querer la misma prenda
y al final de la contienda
los dos salieron perdiendo.
El olvido fué cubriendo
la historia de esta topada,
y la huayna, como si nada,
con otro volvió pal pueblo.
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